jueves, 29 de enero de 2015

Capítulo 2: Volverla a ver

Empezaba a pensar que el tres era un número maldito para mí. Todo lo que me acontecía en ese momento iba ligado a esa cifra, la misma que hasta entonces creí que me traía buena fortuna.
Tres eran los problemas que ocupaban mi mente. El primero de ellos era el hundimiento de los precios en el mercado internacional, el segundo la fortuna que estaba perdiendo a causa de este desplome y el tercero, no por ello menos importante, que no la encontraba por ningún lado. Pensando en ella miré mi reloj de bolsillo con la esperanza de que marcara cerca del mediodía. Más o menos a esa hora nos encontramos por primera vez, desde entonces volvía todas las mañanas a aquella cafetería con la confianza de volverla a ver.




Casi sin darme cuenta, me marqué una rutina, cada mañana antes de que el reloj marcara la hora salía de mi despacho dirección a la plaza mayor, donde me sentaba en una mesa a tomar un café que acompañaba con algunos cigarrillos. Luego cansado de ver espejismos, ya que ninguna de las muchachas que veía era ella, volvía a mi despacho sin ánimo para comer.
Aquella mañana no iba a ser una excepción por lo que a las once menos cinco inicié mi recorrido con la fe de volverla ver. Sin embargo, una vez acomodado en la mesa, que solía frecuentar desde hacía más o menos tres semanas, no pude evitar pensar que mi suerte comenzaba a ser tan negra como el café que estaba removiendo.
Entonces apareció se sentó con su amiga, la misma que me pidió fuego cuando nos encontramos, conversando tranquilamente. Eclipsado por su presencia reparé en todos los detalles que contenía su figura. Me deleité en los reflejos que el sol posaba en las ondas de su pelo, en el rubor de sus mejillas y en el delicado color de sus labios, mucho más acorde con su edad. Se la veía relajada y fresca, regalando sonrisas a su compañera mientras conversaban. 
Seducido por aquel ángel, sentí la necesidad de presentarme ante ella para preguntar todo lo que en aquellos días me había planteado pero entonces sus ojos se toparon con los míos. Su mirada se tornó fría y dura haciendo aparecer aquella mueca de disgusto que tanto me chocó la primera vez que la vi.


Sin duda, mi presencia le molestaba pero a mí su despreció me hacía querer saber más. Llamé al camarero y le pedí, previo pago de una buena propina, que averiguara todo lo que pudiera sobre aquella preciosa mujer. Inmediatamente le pagué el café que había tomado y marché de vuelta al despacho complacido por haberla vuelto a ver. Estaba claro que esto era un reto y, por supuesto, tenía que intentarlo.

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martes, 27 de enero de 2015

Capítulo 1: Amor por promesa

La primera vez que la vi supe que me enamoraría de ella. Volvía del despacho cuando la encontré sentada en una de las terrazas de la plaza mayor. En realidad, si no llega ser porque una de sus amigas me pidió fuego seguramente no hubiera reparado en aquel grupo tan pintoresco pero, gracias a dios, no pasaron desapercibidas.


Lo primero que me llamó la atención de ella fue el color de sus labios que, aunque consciente de que era maquillaje, me resultaron un tanto extravagantes para su edad. Las jovencitas de su condición solían maquillarse en tonos suaves como el rosa claro o el frambuesa. Sin embargo, ella lucía unos labios de color rojo intenso que daban a su boca la forma de un corazón. A simple vista, se veía que era una mujer de carácter, de esas que no les tiembla voz al hablar, aunque también se le veía refinada y culta. En definitiva reunía todo lo que una mujer moderna podía representar en aquella época. Después de bromear con las chicas un rato, aprecié que de sus labios no se desprendía ni una mísera sonrisa,  más bien todo lo contrario, permanecían serios  un poco fruncidos demostrando lo molesta que le era mi presencia. Desconcertado por aquella desconsideración decidí seguir mi camino.


Al alejarme escuché como sus amigas la reprendían por su actitud y también como ella les contestó que yo no era más que un muerto de hambre. Aquello descripción fue lo que más me dolió de todo nuestro encuentro. ¿De verdad así me veían? ¿Qué clase de imagen estaba dando? Me acerqué a un escaparate y admire sorprendido mi reflejo, llevaba el pelo más largo de lo que se podía aceptar y mi traje tenía tantas arrugas que delataban que hacía demasiado que lo llevaba puesto. ¿Cómo había llegado a ese extremo? ¿Cuánto hacía que había perdido la compostura? No me extraña haber asqueado a tan fina belleza. Llevaba tiempo preocupado por mis negocios, los cuales no marchaban como debían, pero eso no impedía para que me cuidara un poco.


Escandalizado por mi aspecto llegué a mi casa donde le pedí al mayordomo que dispusiera todo para arreglar mi imagen ya que de aquella guisa no se podía conquistar a una dama. Dicho sea de paso que nunca me había interesado ninguna mujer en especial, pero aquella con su desprecio hizo que mi interés por demostrarle lo equivocada que estaba se abriera camino en mi mente dejando en un segundo plano los problemas que la ocupaban. Mientras tomaba el baño no dejé de recordar con detalle su imagen. Me detuve en contar los tirabuzones de pelo que se le escapan del recogido, y como no podía ser de otra forma, no pude recordar el número exacto. Del mismo modo repare en la piel de su rosto que aunque polvoreada en un tono marfil se sonrosaba sobre las mejillas. Atónito por lo bien que la recordaba llegué a la conclusión de que eso solo podía ser porque la quería por lo que me decidí a conquistarla. No tenía ni idea de quién era o si estaba prometida, ya que por la edad que intuía que podían tener aquellas chicas dude mucho que estuviera casada, pero si algo tenía claro es que lo iba a averiguar. Y sin ninguna duda,  me prometí que la conquistaría.

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domingo, 25 de enero de 2015

El camino de regreso.


Lo que más deseaba del mundo era volver a ver a Juan. Desde la última vez que hablamos, hacía unas dos horas, tenía la sensación de que estaba en peligro. Quizás fue porque me pidió que no volviera aún a casa o su voz temblorosa al despedirse la que hizo saltar todas las alarmas. Pero notaba que algo raro le estaba pasando a mi marido.



Poco después de casarnos comencé a darme cuenta de que sus negocios no eran del todo legales, las reuniones a altas horas de la noche y su obsesión por la seguridad me hicieron entender lo evidente. Más de una vez le pedí explicaciones por ello pero la única respuesta que obtuve por su parte fue silencio. Sin embargo, días atrás, en vista de las últimas amenazas que había recibido, me habló por encima sobre alguno de los problemas que tenía y lo peligroso de la situación. Yo, horrorizada ante la gravedad de lo que estaba pasando, salí corriendo de su lado y tomé el primer tren que me llevara a casa de mis padres.

Ahora me arrepentía de haber huido en vez de haberme quedado junto a él. Me pasé toda la tarde en silencio dándole vueltas al problema, intentando buscar una solución mientras observaba la ciudad por la ventana. Cuando la noche comenzó a caer sentía la necesidad de volver a oír su voz, anhelaba que me dijera que todo estaba bien, que me contara que todo estaba resuelto y que ya podía volver a su lado. Con la esperanza de estas buenas nuevas, volví a llamar a casa. Escuché tono tras tono hasta que se cortó la llamada sin respuesta. Seguí intentándolo en varias ocasiones, hasta que los dedos, temblorosos, no acertaron a marcar los números. Entonces confirmé mis peores presentimientos, algo le había pasado a Juan y era algo muy grave.

Le pedí el coche a mi padre con la excusa de que iba a visitar a una amiga, les había contado que Juan estaba de viaje y que no me había apetecido irme con él. Al fin y al cabo, no quería preocuparles. Preparé una pequeña maleta porque según les dije iba a pasar la noche en su casa. Realmente no se muy bien que metí en ella, parecía una autómata cuya única necesidad era saber lo que estaba pasando. Monté en el coche e inicié la ruta de regreso a casa mientras rogaba que todo estuviera bien.

Cuando llevaba más o menos la mitad del trayecto empecé a escuchar un ruido extraño en el motor del coche. Mi ignorancia hizo que no le hiciera caso pero unos kilómetros después un espeso humo junto a un intenso olor a plástico quemado me obligó a parar. Era noche cerrada, a mi alrededor había tanta oscuridad que solo adivinaba ver la sombra de algunos árboles. Esperé durante una hora a que alguien pasara por la carretera y me auxiliara, pero claro, a las 2 de la mañana y en pleno monte nadie apareció. La infinita espera solo hizo que mis nervios aumentaran. Decidida en mi propósito de llegar a casa, empuñé la linterna, me armé de un leño que había junto a la calzada, recogí mi larga melena en un sombrero y me abroché todo lo que pude la chaqueta. La noche avanzaba y con ella el frío se empezaba a notar. Con pasos ligeros empecé a recorrer un camino en el cual no pasaban ni tres minutos sin que me girara a comprobar que nadie me seguía. Tenía la sensación de que alguien me estaba acechando por lo que mis ojos escrutaban la oscuridad esperando encontrarlo.



No sé cuánto tiempo tardé en llegar pero sí recuerdo el alivio que sentí al entrar en el pueblo más cercano. Aunque sus calles estaban vacías, sentí que la luz me protegió y mi corazón, que en esos momentos latía frenéticamente, se calmó al encontrar una cabina. Desde allí, llamé por teléfono a una empresa de taxis y, aunque no querían mandarme a nadie, después de explicarle mi situación accedieron a recogerme en la puerta de la casa consistorial. Nada más colgar el teléfono, volví a marcar el número de mi casa por enésima vez con la esperanza de que Juan contestara pero no hubo suerte ¿Por qué no contestaba? ¿Lo habrían asesinado? ¿O se habría suicidado? La imagen de encontrarlo sobre la mesa de su despacho con un tiro en la cabeza me atormentaba continuamente.

El sonido de un coche me sacó de mis pensamientos. Era el taxi que estaba esperando, con alivio monté rápidamente en él y, prácticamente sin dar las buenas noches, le indiqué la dirección a la que quería ir.



En cuanto llegué al portal, crucé el patio y subí los peldaños de la escalera de dos en dos. Al llegar a la puerta de mi casa mi determinación se esfumó, los pies se pegaron al suelo y mis manos se negaban a abrir la puerta. El miedo a descubrir la verdad era tan grande que me entraban ganas de volver a salir huyendo.

Después de mirar el suficiente tiempo la puerta como para saber que no se abriría por si sola, me armé de valor para abrirla. El espectáculo que vi hizo que se confirmaran mis peores temores. Estaba todo revuelto, las cortinas rasgadas, los cojines de los sofás destripados y todo regado con una infinidad de papeles. Mientras miraba a mi alrededor encontré mi propio reflejo en el gran espejo del salón. La imagen que me devolvía era la de un ser pálido y tembloroso. No quedaba ni rastro de mi belleza, ni de mi lozanía. Mientras estudiaba aquella imagen mis ojos se llenaron de desconsuelo ¿qué demonios había pasado? Antes de que pudiera llegar al despacho sus brazos me rodearon por las espalda. En ese momento fui consciente de que estaba conteniendo la respiración desde que entré en el piso y que junto a su abrazo había recuperado mi alma. 
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jueves, 22 de enero de 2015

Cuando a uno le quieren de verdad

El sábado por la mañana al despertar el deseo de matar a todos mis amigos estaba al máximo. Los muy golfos me habían embaucado con sus buenas intenciones y eso se traducía en un monumental dolor de cabeza. Todo empezó cuando me invitaron a tomar una inocente cerveza para celebrar el fin de la semana en la oficina. Esta cerveza se había convertido en muchas más que a su vez habían evolucionado en unos cubatas y así siguió la cosa hasta la madrugada. Cuando por fin llegue a casa, borracho como una cuba, no se me ocurrió otra idea mejor que meterme en la cama sin beber agua, que siempre ayuda a prevenir la resaca o eso cuenta la leyenda.
Con pereza hago el esfuerzo de enfrentarme a la claridad que se clavaba en mis ojos haciendo que abrirlos sea una tortura. Decido lavarme un poco la cara a ver si se me quita el mareo pero la imagen que ofrezco delata a la perfección cual es mi estado. Por si no fuera bastante con el intenso dolor que me martillea las sienes tengo que añadir las ojeras han aparecido junto a los ojos hinchados, esto no hay gafas que lo tape. Dios gracias porque quedé con Maribel, mi novia, en que vendríamos aquí a comer después de hacer unas compras. No quiero imaginarme lo que sería aguantar hoy a la familia y mucho menos a mi suegra.
                        


Después de observarme en el espejo me voy a la cocina a ver que puedo pescar para el desayuno, anoche no cené por lo que tengo un poco de hambre. Lo primero que hago es abrir el frigorífico donde el brick de leche me mira atentamente, esperando que lo coja, pero en ese momento el estomago se me encoje y una angustia se hace presente al pensar en tomarme solo un trago. «Mejor me tomo un calmante» pienso mientras me sirvo un poco de agua. Tranquilamente busco la pastilla en su armario, la observo y pienso en la mejor forma de sacarla de su envoltorio, si ya sé que es una soberana estupidez, pero son de esas cosas que haces cuando tu cerebro no funciona como debe. Una vez que decido que presionar la pastilla a la forma tradicional es lo más correcto, mis ojos vuelan inocentemente hasta el reloj de la cocina. « ¡Mierda! Otra vez llego tarde a recoger a Maribel, verás la bronca que me echa»



Mi novia es el ser más bonito que existe en esta tierra y no lo digo porque yo la quiera, no, lo digo porque realmente parece una modelo. Es alta, guapísima y tiene una melena castaña que quita el sentido pero también, y esto te lo aseguro, es el ser con más mala leche del mundo. Si a esto le sumas que su madre no me traga tenemos la combinación perfecta para que nuestra relación sea de lo más movida. Cuando no está de morros por una cosa, esta por la otra y cuando no se lo inventa, la cuestión es no parar de machacarme. Con el fin de aplacarla un poco decido llamar a su casa y avisar de mi retraso, con un poco de suerte, le puedo colar que estaba muy cansado de toda la semana y que anoche me vine pronto a casa. Sé que no está bien mentirle y que me puede traer problemas pero hoy solo quiero un poco de tranquilidad. Además de que mi cabeza agradecería que nadie diera un grito. Descuelgo el teléfono y marco rápidamente mientras rezo en silencio para que no me conteste la llamada su madre. Al tercer tono recibo contestación.

-Dígame-vaya por dios lo cogió el caniche estreñido, la cosa no va a ser fácil.
-Doña Manuela, soy Goyo, ¿se puede poner su hija?
-No está, salió a dar un paseo con el hijo de Tomasa.
-Claro–lo de esta mujer por emparejar a su hija con ese muchacho empieza a ser enfermizo–, cuando vuelva, ¿puede decirle que la recogeré media hora más tarde?
-Pero, ¿habíais quedado?
-Sí, señora
«Paciencia, dios dame paciencia.» pienso mientras que me paso la mano por el pelo.
-Pues no me dijo nada, yo creo que no se acuerda, oye que yo no la culpo porque si comparamos...
-Vale, vale, lo que usted diga-corto educadamente-.Solo dígale que llegó media hora más tarde. Que pase buen día.

Antes de colgar el teléfono escucho a mi querida víbora vomitar halagos hacía mi persona. Me puedo jugar la mano derecha, y no la pierdo, que no le va a decir nada a Maribel y que antes de que salir de casa le habrá contado todo tipo de teorías conspiratorias sobre el motivo de mi retraso. Por lo menos, me queda el consuelo de que hoy comemos en mi casa.

Después de una ducha revitalizante tanto mi humor como mi estado mejoran considerablemente. Ya no me duele la cabeza, gracias a la pastilla, y me encuentro más espabilado. Por lo que salgo rumbo a casa de mi amada, quizás le diga la verdad de los hechos al fin y al cabo ella seguro que me comprende. Cuando llego a su casa, no está bajo esperándome, ves lo que yo decía el caniche me la volvió a jugar. Sin pensármelo dos veces, dejo el coche aparcado en segunda fila y voy a tocarle al timbre para que sepa que ya estoy aquí.

-¿Sí?
-Baja, por favor.
-Menos mal que al señor le ha dado por aparecer–.Madre mía que enfado tiene–.Ya creía que no vendrías. Podrías haberme avisado, ¿no?
-Nena, he llamado hace un rato para avisar. ¿No te lo ha dicho tu madre?
-¡Deja a mi madre en paz, Goyo! Siempre estas igual. Yo ya me he desvestido porque si te parece normal tenerme una hora esperando.
-Ya te he dicho que llamé y ha sido media hora, no una-digo intentando defenderme-¿Vas a bajar o me voy?
-Pues no sé, ya veremos.
-¿Qué ya veremos? ¿Tú crees que yo soy un tonto? Mira, me voy al coche y como no bajes en 10 minutos olvídate de que existo porque estoy de ti y de tu madre hasta arriba.

Por respuesta solo recibo el golpe que le dio al telefonillo al colgar. Cabreado como en pocas ocasiones volví a mi coche para esperar los diez minutos. Estaba harto de que me tomaran por tonto y ya estaba bien. Cuando voy llegando donde lo deje veo que la grúa se lo está llevando. Mi día mejora por momentos, si solo quería un poco de tranquilidad, ¿era pedir demasiado? Intento convencer, en vano, al oficial de que solo llevaba unos minutos mal aparcado pero  al levantar la vista desesperado hacia el edificio donde vive mi novia veo a mi amada suegra riéndose en el balcón con el teléfono en la mano, bata y los rulos en la cabeza. ¿Habrá sido capaz? Desde luego solo le falta la escoba para saltar y salir volando.


En ese momento de su rostro se borra la sonrisa, incluso diría que esta frunciendo el ceño mirando algo que pasa por detrás de mi. Qué raro, hubiera jurado que estaba disfrutando viendo como lo pasaba mal. Antes de que pueda girarme noto como mi novia me coge de la mano y me da un suave beso en la mejilla. Sin importarme el policía con el que estaba discutiendo hace un momento le planto un beso de película. Que se entere la bruja, que esta vez gano yo.


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jueves, 15 de enero de 2015

Comenzamos el camino.

Me presento ante ustedes para darles la anticuada noticia de que las letras están presentes en nuestra vida, tanto como el aire que respiramos o la luz que nos rodea. Las utilizamos para absolutamente todo, algunas veces nos informan, otras nos divierten o nos emocionan, y no quisiera olvidarme de aquellas veces en las que nos cabrean, que aunque son más de las que queremos también existen.

En este espacio espero hacerles sentir todo lo antes nombrado con la ayuda de nuestras amigas las letras. Algunas veces serán propias, otras en cambio las cogeré prestadas, también es posible que me aventure a hacer alguna que otra crítica de un libro que me este leyendo. 

Resumiendo, espero que siempre encontréis algo que leer en este blog y disfrutéis con ello. 

Un saludo,

De la G

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