La primera vez que la vi
supe que me enamoraría de ella. Volvía del despacho cuando la encontré sentada
en una de las terrazas de la plaza mayor. En realidad, si no llega ser porque
una de sus amigas me pidió fuego seguramente no hubiera reparado en aquel grupo
tan pintoresco pero, gracias a dios, no pasaron desapercibidas.
Lo primero que me llamó la
atención de ella fue el color de sus labios que, aunque consciente de que era
maquillaje, me resultaron un tanto extravagantes para su edad. Las jovencitas
de su condición solían maquillarse en tonos suaves como el rosa claro o el frambuesa. Sin embargo, ella lucía unos labios de color rojo intenso que daban a su boca la forma de un corazón. A simple vista, se veía que era una mujer de
carácter, de esas que no les tiembla voz al hablar, aunque también se le veía
refinada y culta. En definitiva reunía todo lo que una mujer moderna podía
representar en aquella época. Después de bromear con las chicas un rato,
aprecié que de sus labios no se desprendía ni una mísera sonrisa, más bien todo lo
contrario, permanecían serios un poco fruncidos demostrando lo molesta
que le era mi presencia. Desconcertado por aquella desconsideración decidí
seguir mi camino.
Al alejarme escuché como sus amigas la
reprendían por su actitud y también como ella les contestó que yo no era más
que un muerto de hambre. Aquello descripción fue lo que más me dolió de todo
nuestro encuentro. ¿De verdad así me veían? ¿Qué clase de imagen estaba dando?
Me acerqué a un escaparate y admire sorprendido mi reflejo, llevaba el pelo más
largo de lo que se podía aceptar y mi traje tenía tantas arrugas que delataban
que hacía demasiado que lo llevaba puesto. ¿Cómo había llegado a ese extremo?
¿Cuánto hacía que había perdido la compostura? No me extraña haber asqueado a
tan fina belleza. Llevaba tiempo preocupado por mis negocios, los cuales no
marchaban como debían, pero eso no impedía para que me cuidara un poco.
Escandalizado por mi aspecto llegué a
mi casa donde le pedí al mayordomo que dispusiera todo para arreglar mi imagen
ya que de aquella guisa no se podía conquistar a una dama. Dicho sea de paso
que nunca me había interesado ninguna mujer en especial, pero aquella con su
desprecio hizo que mi interés por demostrarle lo equivocada que estaba se
abriera camino en mi mente dejando en un segundo plano los problemas que la
ocupaban. Mientras tomaba el baño no dejé de recordar con detalle su imagen. Me
detuve en contar los tirabuzones de pelo que se le escapan del recogido, y como
no podía ser de otra forma, no pude recordar el número exacto. Del mismo modo repare
en la piel de su rosto que aunque polvoreada en un tono marfil se sonrosaba
sobre las mejillas. Atónito por lo bien que la recordaba llegué a la conclusión
de que eso solo podía ser porque la quería por lo que me decidí a conquistarla.
No tenía ni idea de quién era o si estaba prometida, ya que por la edad que
intuía que podían tener aquellas chicas dude mucho que estuviera casada, pero
si algo tenía claro es que lo iba a averiguar. Y sin ninguna duda, me prometí que la
conquistaría.
Quiero mas!!!!!
ResponderEliminarGracias, gracias, gracias.. Eres genia. Como genial es el amor verdadero, el amor que se siente por el ser amado, cuando no está y no puedes, ni besarle ni abrazarle... Te deseo lo mejor, porque con tu escrito, me has echo feliz por un momento... Te mando un abrazo..
ResponderEliminarNo tengo suficientes palabras para agradecer un comentario de esta magnitud!! Mil gracias y un abrazo 😊
ResponderEliminar