Después
de la ceremonia en el jardín mis tíos nos ofrecieron una recepción en el salón
acompañada de un gran baile. Como sabéis en la alta sociedad por aquellos años
había como costumbre que los hombres se reunieran para hablar de negocios,
fumar y tomar una copa antes del baile.
Como
podéis imaginar aproveché esta ocasión para acercarme a Andrés Capdevila.
Quería tenerle de frente. Quería mirarle a los ojos para conocer bien a mi
rival.
El
flamante prometido de la mujer que amaba resultó ser bastante fanfarrón. Se
rodeaba de malos modales y pésimas palabras que no hacían más que delatar su
origen a pesar de la fortuna que le arropaba. Estaba claro que todo lo que
tenía lo había conseguido por medio de malas artes como la extorsión, el engaño
y, quien sabe, quizás algún que otro robo o saqueo. Y que además no dudaba de
jactarse de ello. Si algo me quedó claro en aquella ocasión, además de sus
pocos escrúpulos, fue que le gustaban los exceso. Bebía en demasía y tragaba
más humo que el tiro de la chimenea de mi salón. La mejor parte del encuentro
fue un par de advertencias veladas que decidió lanzarme envalentonado por el
alcohol. Mi tío clavo sus ojos en el y yo decidí hacer oídos sordos para no
estropear el día. Después de todo estábamos de celebración y un elemento como
él no la iba a estropear.
Una vez
mi prima y su esposo inauguraran el baile tuve que ver como Gala languidecía
entre sus brazos. Sus movimientos eran tan torpes y primarios que delataban su
poca educación sobre la materia. Él clavaba los ojos en mí, ella tenía cara de
apuro y yo estuve tentado un par de veces en salir a su encuentro. Pero aquello
hubiera sido la ofensa que su prometido buscaba y no era la ocasión de dar un
escándalo. Cuando su tío le pidió un baile escuché respirar a mi tía.
-¿Todo
bien tía?-pregunté conociendo la respuesta.
-Rezaba
para que dios no te dejara moverte de mi lado. Ese hombre te lleva desafiando
toda la noche.
-No me
va a encontrar, hoy, no-respondí tranquilo.
La cara
de mi tía reflejó miedo por la determinación que escuchó en mis palabras.
-Luis,
por dios, ten cuidado.
Una
semana después de la boda de mi prima tenía prácticamente trazado un plan. Mi
tío Tomás había hablado con su tío. Este no le tenía ninguna estima a Capdevila
y aunque no nos podía ayudar, podía no hacer nada.
De esta
forma conseguí hablar dos veces por teléfono con ella para ir contándole los
pocos detalles que tenía. Quedaban más de tres semanas para que ella viajara a
Barcelona.
Aprovecharíamos
ese viaje para escapar. Ella subiría al tren haciéndole entender a todo el
mundo que viajaba a la ciudad Condal. Pero lo que no sabía nadie, excepto mi
tío, es que yo estaría dentro de su vagón esperándola para hacer un cambio de
tren. Viajaríamos a París. Allí nos casaríamos y viviríamos el tiempo necesario
para que todo se calmara. Esperaba que aquella ciudad le gustara lo suficiente
como para iniciar una nueva vida pero sino le agradaba elegiría ella misma
donde quisiera vivir.
Estaba
ilusionado, me sentía satisfecho. Ese mismo día había recogido los billetes de
tren que nos llevarían hacia la libertad. Gala y yo viviríamos la historia de
amor que nos merecíamos juntos. Las heridas que el pasado había dejado en su
alma curarían junto a las que yo mismo tenía, la vida había sido injusta con nosotros
y yo exigía que nos recompensara por ello. Lo que aún no había aprendido es que
al destino no se le puede exigir nada…pero muy pronto me daría esa lección.
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