Tenía
los billetes de tren que nos llevaría hacia la libertad cuando unos golpes en
la puerta de mi casa quebraron el silencio de la noche.
La
imprudencia me impidió mirar por la ventana del despacho para ver quien llamaba
en medio de la noche. Los tiempos estaban revueltos, la inestabilidad política
y el radicalismo cada vez más presente en la calles daban fuerza al
proletariado que plantaba cara al hambre y la miseria.
Nada
más abrir la puerta un golpe en la cabeza me derribó, no sabría afirmar si lo
que recibí fue un puñetazo o un golpe con algo contundente pero lo que sé es
que me dejó sin poder reaccionar. A ese primer golpe le siguieron otros muchos.
Varios hombres vestidos de negro me amenazaban mientras disfrutaban con la
paliza que me estaban dando. Sin opción de defensa, solo acerté a recibir
golpes en el suelo mientras saboreaba el sabor de la sangre que se agolpaba en
mi boca. Entre patada y patada escuché un tiro de escopeta con el que pensé que
había acabado mi vida. Pensé en Gala, en los billetes que aún estaba sujetando
en mi puño derecho, en los sueños de libertad. Entonces con su sonrisa en mi
memoria cerré los ojos esperando que mi vida se acabara.
Aquella
noche las pesadillas me impidieron dormir. Si creyera en esas cosas pensaría
que algo malo iba a pasar, que lo que en realidad impedía mi sueño era un mal
presentimiento pero no yo no creía en esas cosas.
Cansada
por la mala noche me coloqué un vestido ligero y baje a desayunar junto a mi
prima y mis tíos. No me sorprendió encontrar vacío el comedor donde solíamos
desayunar ya que yo solía madrugar más que nadie en aquella casa. En realidad
lo que pasaba es que no dormía pero aquello no se lo había dicho a nadie.
Sentada
en mi sitio me entretuve preparándome un café con leche mientras esperaba a que
mi familia se dignara a bajar. Pero para mi sorpresa solo apareció mi tío con
aspecto de llevar despierto tres días, fumando con nerviosismo un puro mientras
se pasaba la mano que tenía libre por el pelo.
-¿Qué
pasa?-pregunté alarmada.
-Luis
Miguel…-dijo abatido mientras se sentaba a mi lado.
Esperé
a que encontrara las palabras necesarias para contarme lo que me tenía que
decir mientras que mi cabeza tenía la certeza de que algo malo le había pasado
a Luis.
-Anoche
unos desalmados entraron en su casa y le dieron una paliza. Está muy grave,
Gala, el médico no sabe si podrá sobrevivir.
Siempre
pensé que ante las malas noticias lo normal sería que me desmayara por la falta
de aire, por eso, la calma de mi reacción me sorprendió. Sabía que la culpa la
tenía Capdevila, y que le hubiera hecho lo que le hubiera hecho sería una
fuente que alimentaría para siempre mi odio. No acerté a contestar a mi tío que
me miraba con el ansia del que está desesperado. Él también sabía quien había
sido el responsable de que casi mataran a Luis, lo vi en su mirada. Así que sin
mediar palabra me levanté, pedí mi abrigo a la doncella y salí dirección a la
puerta.
Me
iba a cuidar de mi amor, si algo podía hacer era estar a su lado y el resto del
mundo me importaba un pimiento. La suerte quiso que al salir de casa me cruzara
con el mal nacido de Capdevila, quien venía con una sonrisa triunfal en el
rostro.
-Palometa,
¿dónde vas tan temprano?
Me
dio asco y no pude evitar que ese sentimiento se reflejara en mi cara cuando lo
miré. Sin contestar seguí mi camino hasta que sentí como tiraba de mi brazo
haciendo que me volviera.
-Te
acabo de hacer una pregunta, ¡contesta!-rugió enfadado.
Le
aguanté la mirada, no le tenía miedo, total si Luis se moría y no quería vivir.
Levanté la barbilla y me preparé para recibir un tortazo por mi contestación.
-Me
voy a ver a Luis, no hace falta que te diga que es lo que ha pasado ¿Verdad?
-Tú
no vas a ningún lado.
Su
voz sonó tan rotunda que pude ver la ira en sus ojos. Nos retamos mientras la
amenaza crecía en su mirada, ese hombre era capaz de hacer cualquier cosa por
doblegarme y tenía la certeza de que no le iba a temblar la mano.
-¡Suéltala!-rugió
mi tío-.Vamos Gala, tenemos cosas que hacer.
Cuando
el desgraciado de mi prometido me soltó, sentí como las piernas me flojeaban
pero el brazo de mi tío me sujetó. Juntos llegamos al coche donde nos montamos
rumbo a casa de Luis. Durante el trayecto solo pude dejar la mirada perdida en
las calles de Madrid, ¿Qué haría yo si él no estaba?
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esperando a ver como sigue.
ResponderEliminarTienes un premio en mi blog
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