Al
principio pensé que se trataba de una broma, divertido levante la vista del
papel, ella tenía un sentido del humor muy peculiar, la busqué con la mirada
esperando verla escondida detrás de alguno de los árboles de los que había a mi
alrededor. Pero no la encontré.
Sin
saber muy bien lo que estaba pasando volví a leer la nota que acababa de
entregarme el chófer. Entonces caí que no era una broma, se estaba despidiendo
de mí. Pero, ¿por qué?
Me
senté en el banco que tenía al lado y examiné con detenimiento aquel trozo de
papel. Mirándolo atentamente intenté buscar en el las respuestas que me hacían
falta. En vista de no encontrar lo que quería rebusqué en mi memoria buscando
algún momento en el que la pudiera haber ofendido pero tampoco lo encontré.
Frustrado arrugué y tiré la nota al suelo. Necesitaba una explicación y, desde
luego, que ella la iba a dármela. Antes de levantarme del banco observé la bola
de papel en el suelo. Al fin y al cabo, de momento, era lo único que me quedaba
de ella así que la recogí guardándola en el bolsillo.
Caminé
hasta su casa con prisa, en mi cabeza no paraba de buscar explicaciones, así
que no me importó lo lejos que estuviera. Pensé mil y una opciones, quizás su
tío se había enterado, tal vez le había prohibido que nos viéramos pero lo que
nunca imaginé fue lo que vieron mis ojos al llegar a su portal.
Allí
estaba ella, del brazo de otro hombre, para ser sinceros, bastante más mayor
que yo. Tenía el pelo grisáceo y, aunque su estatura era bastante corta,
guardaba esa elegancia propia de los hombres de mundo. Observé a la reina de
mis pensamientos colgada de su brazo, estaba preciosa, aunque un poco apagada.
Sus labios mostraban una nerviosa sonrisa, diminuta y muy forzada. Los hombros
tensos y la espalda envarada me acabaron de confirmar su incomodidad. No pude
evitar comparar aquella situación con uno de nuestros paseos, ella solía agarrarse
de mi brazo mientras me hablaba. Yo la observaba desde mi altura, con paciencia
hasta que nuestros ojos chocaban y ella me regalaba una sonrisa amplia y
franca. Muy diferente a lo que estaba mostrando a aquel galán de segunda.
En
aquel momento no me paré a pensar, me coloqué bien el sombrero como un matador
en plena faena y entre sin dudar al ruedo. Me crucé en su camino provocando que
aquel tipo se chocara conmigo. Mientras me disculpaba pude ver como Gala
empalidecía al reconocerme.
-Señorita Ruiz
del Valle, disculpe mi torpeza, ¿se hizo daño?-señale
dejando ver que nos conocíamos.
-Desde luego
que podría andar usted con más cuidado-protestó
el energúmeno con el que había chocado-
¿Conoces a este tipo?
Lo
miré directamente a los ojos, ¿quién se creía que era? Antes de que pudiera
contestarle, Gala, intervino en aquella situación.
-Este Señor, es
Luis Miguel Alarcón. Un buen amigo de mi familia-puntualizó
ofreciéndome su mano.
A
modo de saludo, le bese la mano. Aquel tipo de protocolo estaba un poco
anticuado pero yo disfrute como un niño del momento. Noté como aquel hombre me
lanzaba una mirada asesina e incluso me pareció que cuadraba su espalda. Por ello
intuí que aquel debía de ser su prometido cosa que la presentación que vino a
continuación confirmó.
-Señor Alarcón.
Él es Andrés Capdevila, mi prometido.
Por
primera vez en mi vida tuve que hacer el esfuerzo de ser educado con alguien.
El muy zopenco me ofreció la mano a desgana, sabía que después de aquel
encontronazo lo menos que quería hacer era amigos. No obstante, lo que él
desconocía es que yo solo tenía ganas de partirle la cara por coger del brazo a
Gala. Pero, como os cuento, saqué toda mi diplomacia y le di un fuerte apretón
de manos mirándole a los ojos. Nos sostuvimos la mirada el tiempo suficiente
para saber que aquel hombre no era ningún cobarde, después esbocé una cínica
sonrisa.
-Encantado,
Señor Capdevila. Disculpe que le haya arroyado-le
dije intentado ocultar mi ironía.
-Lo mismo digo,
Señor Alarcón. Espero que sea la última vez.
Sus
palabras fueron toda una advertencia, sin duda, se trataba de un hombre
territorial. Quizás creyó ver en mí una amenaza, desde luego, no se equivocaba
en ello. El juego acababa de empezar, aquel hombre, sin proponérselo, lo había iniciado
y yo me jugaba demasiado como para perder la partida.
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¿Madre mia! ¿Donde va a acabar esto? Voy a descubrirlo.
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