-Por favor, toma
asiento-le
pedí amablemente mientras servía la copa.
-Sí, señor.
En un intento de
relajar el ambiente me tomé la libertad de indagar en la vida de mi empleado.
Hasta lo que yo sabía era un hombre soltero, más o menos de mi edad.
-Dime, Ximo, ¿qué
me puedes contar de tu vida?
-No mucho, señor-,
contestó sudando.
-Venga, hombre,
alguna cosa habrá que me pueda contar-bromeé
tendiéndole la copa que acababa de servir-. Más o menos
tenemos la misma edad y aún recuerdo los veranos que pasamos en esta casa. ¿No
los recuerdas?
-Sí, señor.
-Pero, ¿por qué
no me llamas Luis?-apelé en un intento de ganar confianza.
-Si, usted lo
desea.
Aquella repuesta me
sobrepaso. Aquel hombre era como chocar contra una pared. Recordaba al niño
alegre y vivaz con el que había jugado cuando pasaba los veranos con mi abuela.
No quedaba nada de él. Con los años se había transformado en una persona sería,
desconfiada y tosca que trabajaba para mí y a la que apenas conocía.
«Un
momento, quizás ese sea el problema»
pensé.
Tal vez, él estaba pensando lo mismo que yo. No me conocía y no quería hacer
nada que le hiciera perder el trabajo. Sí, aquello me encajaba. No podía llegar
después de tantos años y hacer como si nos hubiéramos visto el mes anterior.
Ante la evidencia decidí ser sincero.
-Mira, Ximo, sé
que hace muchos años que no nos vemos. Lo normal es que quieras mantener cierta
distancia, al fin y al cabo, soy yo quién te paga el sueldo y debes temer que
si me ofendes te despida. ¿No es cierto?
Con aquellas palabras
conseguí que aquel hombre me mirara a los ojos. Parecía sorprendido y estaba
asustado pero aún así me dedicó una pequeña sonrisa antes de contestar.
-Así es señor.
-Perfecto. Pues
empecemos por aclarar que no pienso despedirte porque me cuentes lo que quiero
saber-afirmé
de forma tajante-. Llevo muchos días intentado averiguar
qué es lo que pasa con Gala.
-Ya lo sé, señor.
Y disculpe mi atrevimiento, pero no creo que nadie le vaya a contar lo que
pasa.
-Pero. ¿Por qué?
¿Tú lo sabes, verdad?-pregunté desesperado.
-Señor, comprenda
que se trata de gente muy poderosa y que yo no soy nadie para chismorrear-dijo
Ximo clavando la mirada en sus zapatos.
-¿Ah, no?-pregunté
incrédulo.
-No, señor. No
creo que nadie se...
-Empiece a contar
lo que sepa, Ximo-ordené enfadado.
Estaba arto de que todo
el mundo declinará amablemente mis preguntas pero que mis propios empleados me
ocultaran la verdad era algo que no pensaba tolerar. Al fin y al cabo su sueldo
lo pagaba yo. Era a mí a quien debían lealtad y no al mamarracho de Andrés
Capdevila.
-Pero yo, señor,
no puedo. Comprenda que si hablo...
-Lo único que
comprendo es que si no habla usted perderá el trabajo-sentencié
tranquilo.
-Señor, por favor
no me despida. Mi madre no me lo perdonaría jamás y como está el país no podría
encontrar otro trabajo. Me dejaría en la calle.
Lo miré unos segundos
sintiendo pena. Tenía razón en lo que me estaba explicando pero debía
comprender que necesitaba que me contará lo que él sabía. Necesitaba que me
fuera leal. Antes de que pudiera abrir la boca para contestarle, Doña Montse
apareció en la puerta.
-Disculpe,
señorito Luis-disparó
sin que nadie le preguntara.
-Pase, por favor.
-Mire usted, lo
que mi hijo quería decirle es que se olvide usted de la señorita Gala-.Aclaró
resuelta ante el apuro de Ximo-Perdone que yo me meta en sus
conversaciones pero es que el muy memo lo único que va a conseguir es que le
despidan.
-Pero doña Montse
tengo derecho a saber, ¿no cree?
Durante unos segundos
nos mantuvimos la mirada. Estaba seguro que aquella mujer no haría nada por mi
mal, al revés, intentaría evitarlo.
-Es usted tan
terco como su abuela, que en paz descanse, señorito-comentó
colocando los brazos en jarras-. Está bien, se lo contaré pero sirva
unos tragos. Nos harán falta.
-Pero madre...
-Ximo dejame
hablar, empiezo a estar cansada de tanto miedo.
Después de servir tres
copas, nos sentamos de nuevo alrededor del escritorio donde se desvelaría al
fin mi gran incógnita.
-Cuando quiera
doña Montse, la escucho.
-En realidad, no
es que haya un gran misterio, señorito Luis-comenzó mi ama
de llaves.
-¿No? Pues nadie
lo diría-respondí
con ironía a su frase.
-Porque a nadie
le gusta ser cómplice de algo que no es legal-comentó de
pronto Ximo.
-¿Algo ilegal?
-Si, señorito
Luis-dijo
la señora Montse retomando la palabra-. El señor
Capdevila hizo un negocio turbio con el padre de la señorita Gala.
-¿Cómo que
turbio?
Doña Montse me miro un
instante con rabia y tristeza. Estaba claro que aquello que me iba a contar le
afectaba más de lo que jamás reconocería.
-¿Cómo de turbio
es para usted vender una hija?
Ayyyy que me has dejado con la miel en los labios. Genial relato, lo he seguido sin parar. Espero leer el próximo pronto. Un abrazo.
ResponderEliminarHola guapa!! Me alegro de que te haya gustado mucho!! Jejeje en cuanto pueda os subo el siguiente capítulo ^^
EliminarMil besos!!