No
recuerdo ni siquiera como entré en aquella casa. Estuve sentada a la cabecera
de su cama hasta que su tía me obligó a salir de su cuarto cuando vino el
medico a visitarle. En cuanto aquel hombre salió de la habitación no esperé ni
a escuchar el diagnostico, volví a mi lugar junto a Luis a seguir torturándome
con la espera.
No
sé cuantas horas pasé allí dentro pero sí que no me fijé en nada, ni tan
siquiera sé estaban las cortinas echadas o recogidas para que entrara el sol. Solo
podía verle tumbado en su cama envuelto de vendajes, inconsciente.
Recuerdo
como la angustia se abrazaba a mi esófago intentando trepar hasta mi garganta, apretándome
en el pecho tan fuerte como si de ello dependiera que Luis superara aquel
trance.
Mientras
esperaba una señal de vida más allá de su respiración me sentí mal por no ser
capaz de soltar ni una lágrima. Por más que lo intenté no fui capaz, quizás
hubiera sido más fácil poder expulsar la pena que me recorría. Pero en mi mente
solo se paseaba la idea de que todo aquello había pasado por mi culpa.
Quizás
si no me hubiera acercado a Luis al final se hubiera acabado alejando. Mi
destino era casarme con Capdevila y no debí pensar que lo podría cambiar, mi
padre me vendió al mejor postor y eso condenó mi vida a la desgracia. Pero el
destino es un celestino caprichoso y quiso que nos encontráramos aquella tarde
en el retiro después del bofetón que le di en una fiesta anterior. Luis era un
hombre muy atractivo, alto, moreno y con un aura que solo te da el éxito
personal. Y verlo allí dudando si acercarse o no hasta donde yo estaba me
despertó una ternura que no sabría explicar. No pasaba nada por hablar con él
un rato, ¿verdad?
En
aquellos días hablamos mucho, en sus grandes ojos verdes pude ver la tristeza y
la soledad. Me sentí identificada, acababa de llegar de Barcelona huyendo de un
matrimonio sin amor sin que nadie pudiera ayudarme a deshacerme de el. ¿Cómo no
me iba a sentir sola y triste? Me habló de sus negocios, de su familia e
incluso me contó como vivió la perdida de su padre. Yo me dedique a atesorar
cada momento como algo único y especial. Recuerdos que un día me ayudarían a
soportar la realidad que me tocaba vivir. Pero Luis lejos de conformarse
decidió luchar por lo nuestro.
Lo
nuestro. Que bonita frase. No obstante, ¿qué pensaría mi prometido de aquello?
Me preocupaba que se tomara la justicia por su mano, era una persona muy
peligrosa. Sus negocios nunca eran legales y allí donde iba le temían. Intenté
avisar a Luis de que lo mejor era que dejara todo, que se olvidara, si
intentaba acabar con aquella situación, Capdevila le aplastaría. Para mi pesar
no me equivoqué. Allí estaba debatiéndose entre la vida y la muerte gracias a
que su mayordomo se armó con una escopeta para echar a sus agresores. Si no
hubiera así en ese momento estaríamos velando su cuerpo.
Aquel
pensamiento fue el que me hizo reaccionar, solo pensar que Luis como estaba y
como podría haber estado me rompió algo por dentro. Apoyé mi cara en su cuerpo
dejando que las lágrimas salieran en tropel y la angustia alcanzara mi garganta
emitiendo un quejido.
No
sé cuanto tiempo lloré hasta que sentí su mano acariciarme el pelo y le oí
susurrarme bajito:
Y lo dejas así!!! Nooooo. Un relato genial guapa!!
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