martes, 6 de octubre de 2015

Amor por promesa. Capítulo 20: Gala

No recuerdo ni siquiera como entré en aquella casa. Estuve sentada a la cabecera de su cama hasta que su tía me obligó a salir de su cuarto cuando vino el medico a visitarle. En cuanto aquel hombre salió de la habitación no esperé ni a escuchar el diagnostico, volví a mi lugar junto a Luis a seguir torturándome con la espera.


No sé cuantas horas pasé allí dentro pero sí que no me fijé en nada, ni tan siquiera sé estaban las cortinas echadas o recogidas para que entrara el sol. Solo podía verle tumbado en su cama envuelto de vendajes, inconsciente.

Recuerdo como la angustia se abrazaba a mi esófago intentando trepar hasta mi garganta, apretándome en el pecho tan fuerte como si de ello dependiera que Luis superara aquel trance.

Mientras esperaba una señal de vida más allá de su respiración me sentí mal por no ser capaz de soltar ni una lágrima. Por más que lo intenté no fui capaz, quizás hubiera sido más fácil poder expulsar la pena que me recorría. Pero en mi mente solo se paseaba la idea de que todo aquello había pasado por mi culpa.

Quizás si no me hubiera acercado a Luis al final se hubiera acabado alejando. Mi destino era casarme con Capdevila y no debí pensar que lo podría cambiar, mi padre me vendió al mejor postor y eso condenó mi vida a la desgracia. Pero el destino es un celestino caprichoso y quiso que nos encontráramos aquella tarde en el retiro después del bofetón que le di en una fiesta anterior. Luis era un hombre muy atractivo, alto, moreno y con un aura que solo te da el éxito personal. Y verlo allí dudando si acercarse o no hasta donde yo estaba me despertó una ternura que no sabría explicar. No pasaba nada por hablar con él un rato, ¿verdad?

En aquellos días hablamos mucho, en sus grandes ojos verdes pude ver la tristeza y la soledad. Me sentí identificada, acababa de llegar de Barcelona huyendo de un matrimonio sin amor sin que nadie pudiera ayudarme a deshacerme de el. ¿Cómo no me iba a sentir sola y triste? Me habló de sus negocios, de su familia e incluso me contó como vivió la perdida de su padre. Yo me dedique a atesorar cada momento como algo único y especial. Recuerdos que un día me ayudarían a soportar la realidad que me tocaba vivir. Pero Luis lejos de conformarse decidió luchar por lo nuestro.

Lo nuestro. Que bonita frase. No obstante, ¿qué pensaría mi prometido de aquello? Me preocupaba que se tomara la justicia por su mano, era una persona muy peligrosa. Sus negocios nunca eran legales y allí donde iba le temían. Intenté avisar a Luis de que lo mejor era que dejara todo, que se olvidara, si intentaba acabar con aquella situación, Capdevila le aplastaría. Para mi pesar no me equivoqué. Allí estaba debatiéndose entre la vida y la muerte gracias a que su mayordomo se armó con una escopeta para echar a sus agresores. Si no hubiera así en ese momento estaríamos velando su cuerpo.

Aquel pensamiento fue el que me hizo reaccionar, solo pensar que Luis como estaba y como podría haber estado me rompió algo por dentro. Apoyé mi cara en su cuerpo dejando que las lágrimas salieran en tropel y la angustia alcanzara mi garganta emitiendo un quejido.

No sé cuanto tiempo lloré hasta que sentí su mano acariciarme el pelo y le oí susurrarme bajito:


-No llores, por favor.

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